THIS IS MY KINGDOM COME.

7 de mayo de 2011

Recuerdo.

Ella:

Se le reconoce por su sonrisa y mirada triste, ¿por qué es así?
Creo que, en el fondo, hay mucho más de lo que podemos ver o llegar a conocer de él...
Siempre vuelve solo a casa, en bicicleta, pese a que hay un pequeño autobús que llega a la ciudad.
¿Qué pasará por su cabeza? Siempre le veo solo. Cuando está en clase se limita a mirar por la ventana, aunque es un estudiante excelente y siempre saca muy buenas notas.

No entiendo por qué demonios no le he hablado todavía. Supongo que sabe que me gusta porque siempre que nos cruzamos agacho la mirada. O como aquella otra vez en la salida, que fui corriendo y casi me atropella con su bicicleta, no fui capaz de decir una palabra... Se me puso la cara roja y eché a correr sin más.

A veces me preocupa. Ha llegado a tirarse una o dos semanas sin venir a clase, y nadie sabía nada sobre si le había pasado algo a él o a su familia. En verdad, tampoco sabemos si tiene familia.
Lo único que sé de él es que siempre está con la mirada perdida y, de vez en cuando, le veo escribiendo algo en el teléfono. ¿Estará saliendo ya con alguien?

--

Han pasado ya dos años desde que me empecé a interesar por él, ¡y ahora somos amigos! Bueno, no sé si podría llamarse así, pero por lo menos hablamos todos los días.
Sin embargo, me sigue preocupando. Sigue con la misma cara que hace dos años. Tan seria, tan triste, tan nostálgica.
¡No lo entiendo! Quizás sea su forma de hacerme ver que no le gusto, o de que le es indiferente que yo hable con él.
¿Por qué no le entiendo? Hoy iré a verle solo para decirle lo que siento, y esta vez conseguiré decírselo de una vez por todas.

Estamos sentados en una de las inmensas colinas que rodean la ciudad. Un avión vuela a kilómetros por encima de nosotros. Levanto lentamente los brazos, intentando en vano alcanzarlo. Miré a mi lado y vi cómo él apartaba su triste mirada del cielo.
Y, de pronto, creo haberme dado cuenta de lo que siente.
Él no se ha conformado con extender sus brazos al cielo, siempre tuvo la mente volando por el espacio. Lejos de aquí, inalcanzable… Su sueño, su meta. El mismo pensamiento con el que se despierta y se acuesta. Él nunca me ha mirado a mí, yo nunca podría darle lo que él necesita, siempre centró su mente en un sueño inalcanzable…

No pude evitar llorar. Ya no podía confesarle nada de lo que sentía por él.
Volví a casa y me tumbé en la cama con la certeza de que mañana, pasado, y todos los días que siguen le querré. Da igual cuanto tiempo pase, él será para mí ese avión que nunca alcanzaré con mis manos.


Él:

El tren, otra vez el tren... A veces creo que esto me está matando lentamente.
Ver las gotas de lluvia golpear contra el cristal, ver el vaho congelarse por el frío, el Sol deslumbrarme cuando el tren sale de un túnel.

¿Cuánto tiempo ha pasado? Ahora duermo más en estos incómodos asientos que en mi propia cama.
Viajo toda la noche... siempre es de noche. Muchas veces soy el único que va en este vagón.
Las vías, el traqueteo del tren, las puertas abrirse y cerrarse en cada una de las paradas. Todo me da dolor de cabeza, la angustia me inunda el alma. Creo que cualquier día de estos me levantaré, gritaré el típico “¡ya basta!” y me bajaré en cualquier parada.

Una vez más, el altavoz del tren anuncia la parada que espero. Me bajo y vuelvo a sentarme en el mismo banco de siempre, esperando que aparezca en el andén de enfrente.

En momentos así recuerdo como empezó todo. La verdad es que no hago otra cosa más que pensar en lo mismo. En aquellos jóvenes que se encontraron por casualidad en una ciudad perdida y que se quedaron tan profundamente enamorados el uno del otro.
Su mirada, sus manos, su rostro… Nuestro saludo siempre fue un beso, al igual que nuestro “adiós”.
Su mano pegada al otro lado del cristal, o la mía, cuando era su tren el que llegaba primero.

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Nos conocimos de casualidad, en las taquillas de la estación. La mía junto a la suya.
Llegamos a la vez, abrimos las taquillas, nos miramos, y con los mismos gestos fuimos sacando el contenido. Por alguna razón, teníamos dentro de nuestras taquillas exactamente el mismo abrigo.
Conscientes de la extraña situación, nos reímos. Cuando paramos de reír, nos miramos fijamente y pudimos ver en nuestros ojos ese tipo de soledad que hace que el color de los ojos se vuelva grisáceo.
Una vez más volvimos a actuar exactamente igual cuando le pregunté si le apetecía tomar algo antes de que llegara el tren.

Nos pasamos horas y horas en la cafetería que está junto a la estación. Pasó el tiempo, pasaron los trenes, y acabó haciéndose de noche.
Sin equipaje y con poco dinero en la cartera decidimos optar por una pequeña habitación de hotel.
En la madrugada llegó el beso. Todo lo que vino después era de esperar.
A la mañana siguiente nos despedimos y tomamos nuestros distintos trenes.

Durante varias semanas volvíamos desde nuestras ciudades en tren a aquella estación, a aquellas taquillas, a aquella cafetería, a aquella habitación…
Entre semana nos limitábamos a pasar horas hablando por teléfono. Hasta que… de una forma u otra acabamos perdiendo el contacto.
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Y aquí sigo, dos años después.
Primero espero sentado a que aparezca en su andén. Luego, voy a las taquillas y subo a la cafetería. Por último vuelvo a la habitación, esperando que aparezca de madrugada.
Por la mañana me monto en el tren. Siempre creo firmemente que, si apoyo mi mano en el cristal como solíamos hacer, aparecerá bajando las escaleras corriendo y con esa sonrisa que tantas noches me arropó.

Pero no está, nunca aparece.
Un sábado por semana me toca sufrir, pero los demás días duermo pensando que volverá a aparecer en aquel andén, sonriente, y me dará el único abrazo capaz de hacerme sentir que estos años de espera no han sido en vano.


"La tristeza se acumula aquí y allá, por el mero hecho de vivir.

Ya sea en las sábanas tendidas a secar al sol, en el solitario cepillo de dientes de tu baño, o en el historial del teléfono móvil."

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